martes, 19 de julio de 2011

Atractivamente distractivas

Las hay humorísticas,  tiernas, amorosas, combativas, persuasivas, comparativas aunque muy morigeradas, sin poner mucho énfasis para que no se note tanto y no quedar antipáticas. También las hay simpáticas, reiterativas, copiadas, originales, geniales, mediocres, cansadoras, bobas y sin sentido. Y por supuesto mínimas, cortas, largas, infinitas y agotadoras.

Pero si hay algo de lo que estoy segura es que haberlas las hay, y muchas. Se presentan en formatos muy variados, intentan ser únicas y sobre todo dejar huella indeleble en nosotros.

Algunas son trascendentes, perduran en nuestra memoria por años, y a veces, no muchas, se transmiten de generación en generación. Otras son efímeras, olvidables por distintas razones. Quizás se deba en mayor medida a su intrascendencia, su ininteligibilidad o falta de calidad intelectual.

A veces las esperamos con ansias para que nos den ese descanso tan necesario, otras las detestamos por su inoportunidad, por aparecer en el mejor momento, en el de la definición, en el que todo se vuelve claro.

Su misión puede consistir en transmitir un mensaje, ofrecer o informar, no se les pide otra cosa, solo eso. Nada más y nada menos, esa es la razón por la que fueron creadas, pensadas y deben cumplir su cometido a como de lugar. Algunas lo logran, otras… es como todo en este mundo.

Este largo prolegómeno anuncia a los anuncios, propagandas, publicidades, PNT, chivos y afines. Ellos aparecen en nuestras vidas, intempestivamente, como si nada, sin decir un “Permisooo,  ¿se puede?”. Y lo peor no es que solamente entran, sino que también se instalan, y lo hacen en nuestras casas, en nuestras vidas, en nuestras PC, y teléfonos celulares.

Nos rodean, los aturden, nos confunden, nos agobian, se apoderan de nuestra atención y a veces nos manejan. Nos cuentan una historia mágica bonita, instantánea, fácil de conseguir y mantener. La adornan con música emotiva o pegadiza, lindos paisajes, hermosas casas y gente bella. Valiéndose de todos esos elementos infalibles esperan que les creamos lo que ellos nos dicen y que le compremos lo que ellos nos venden. Y lo peor… es que lo logran.

En mi caso hay publicidades que detesto por frívolas, inverosímiles y largas. Algunos ejemplos: la del banco gallego y su parejita que se pasa factura en forma constante por que no tienen la tarjeta que quieren. O  la de esa cerveza sin alcohol, interminable, aburrida, tediosa,  en que la novia con una pésima dicción enumera , en la peluquería,  las virtudes del banana de su novio. Tal vez muy profunda para mi, no la entiendo.

Otras en cambio, me atraen como el abismo quizás por lo bizarras. Ellas son las de ventas telefónicas, el "Llame ya y en vez de uno, llevará dos". Esas que pasan a la mañana temprano o a la noche tarde. Sé que son falsas, están pésimamente actuadas, los productos son inverosímiles: tés, zapatillas, pastillas, fajas, corsés, medias, y demás elementos que milagrosamente te hacen bajar de peso rápidamente y sin sacrificios. También se ofrecen productos para el pelo de todo tipo, aparatos para hacer gimnasia pero malos, malísimos, escobillones que también sirven como plumeros y lampazos, mangueras, etc.

Jamás estando en pleno uso de mis facultades mentales, compraría nada de lo que allí se publicita, por su inutilidad y dudosa calidad. Pero no sé, me atraen, no puedo dejar de verlas una y otra vez. Es una adicción desmedida, necesito esa cuota bizarra, es algo hipnótico. ¿Será eso?

Besoo.

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