jueves, 7 de julio de 2011

¿Civilización o barbarie?

Desciendo de españoles, es más yo misma sin haber pisado jamás la Madre Patria soy española, por esas locas cosas del Ius Sanguinis (derecho de sangre). Hecha la pertinente aclaración y habiendo mostrado mis credenciales ibéricamente habilitantes, me siento total y absolutamente facultada para dar mi punto de vista sobre cierta “actividad festiva” celebrada por mis compatriotas.
Hoy es 7 de julio San Fermín, y aunque no pienso ir a Pamplona hay mucha gente que si. En realidad esta fiesta es, como decirlo, un tanto trucha. La fiesta  de San Fermín se celebra el 24 de septiembre, pero como caía en otoño por las inclemencias del tiempo era un fracaso total, así que en el año 1591, se decidió pasarla al mes de julio. Mes en que se producía por aquellos lares, una gran concentración de gente por las ferias comerciales y  las corridas de toros.
En mi humilde opinión,  la actividad principal por que que esta fiesta se hizo famosa, es absoluta y definitivamente barbará. No barbará de genial, espectacular o maravillosa, sino barbará de barbaridad, de bestial, de retrograda.
La referida actividad consiste en lo siguiente: una caterva de tontos se reúnen en una calle angostititita, donde no hay lugar ni para cambiar de idea, como dice Dany.
Una vez que están todos ahí vestiditos de blanco con un pañuelete rojo, bien apretados como sardinas enlatadas y apretadas, largan a unos pobres toros asustados que salen corriendo y arremetiendo contra todo el mundo como alma que lleva el diablo.  No lo califico así por que haya visto al diablo llevándose a un alma, pero me parece una expresión valida para definir a estos pobres toros,  que se ven mezclados de manera inconsulta y forzados a participar en esta actividad de lo más incivil.
Una vez que están todos ajustados y han tomado la forma de la vereda que les sirve de continente, esta  gente de la caterva, comienza a correr y correr como verdaderos bobalicones . Otra de las gracias que hacen estos pergenios es agitar sus pañuelos rojos frente al pobre toro creyendo que el color de la furia los enfurece, como si el toro pudiera distinguir los colores. Insisto el noble animal no esta ahí por que quiere sino por que lo llevaron, como si ello constituyera un verdadero acto de valentía.
Eso si cuando el toro los mira fijo y un poco feo, salen corriendo como nenes asustados, buscando algún balcón de donde colgarse, por que eso si, serán estúpidos pero no tanto.
Por supuesto, en esta suerte de festejos nunca faltan muertos, contusos, machucados, magullados, heridos graves, y de los otros, en fin un sin número de gente estropeada tal como lo definiría la Tía Vina.
Nunca entendí esa pulsión de ciertos ibéricos por medirse con los toros (tal vez no supieron transmitírmela, nosotros siempre le fuimos al toro), derrotarlos, someterlos y matarlos. ¿Tal vez será que quieren medir quien es más animal?
En resumidas cuentas, esta es la manera como después de casi más de cinco siglos, se sigue divirtiendo en una fiesta de un santo con fecha adulterada, “alguna gente civilizada que vive en el primer mundo”.
Besooo.

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