Están presentes en todas ellas. Los lugares en los
que se encuentran varían, no se sigue un patrón ni una ubicación lógica,
destacada. La consigna es que estén, y la cumplen al pie de la letra, por que
allí están aunque no necesariamente para bien.
Su tamaño es pequeño, sus formas, materiales y
texturas son muy diferentes. Sus colores suelen ser variados, a veces casi se
camuflan con el objeto principal, lo cual representa un poco feliz
inconveniente. Otras veces sus colores son muy estridentes, lo que oficia como
un aviso, como un icono a ser erradicado.
Su inutilidad se pone de manifiesto en todo
momento, pero se hace más evidente ante la existencia del objeto del cual eran
accesorias. No obstante lo cual, existen, permanecen y se reproducen. Cumplen la
regla a rajatabla dejando de lado la excepción, el mal ejemplo cunde, se
profundiza, se pone de moda y se hace evidente.
Algunas personas las consideran un medio de
expresión, una forma de comunicación y difusión. Claro, las opiniones suelen ser
subjetivas. Menos mal. Si yo pudiera las erradicaría por antipáticas y
pretenciosas. Y eso cuando las encontrás enteras, lo malo es cuando solo
encontrás una parte, porque significa que pasó lo que no debía pasar, algo
fatídico e impensado.
Lo que es moda no incomoda, excepto esas
etiquetitas molestas y funestas con las que ahora viene la fruta, toda la fruta.
Antes eran sólo las bananas, lo que no molestaba por que para comerlas tenés que
quitar esa cáscara enmarcada. Después fueron las naranjas, pero tampoco me
importo por que sería más que díficil el que intentara comerlas con cáscara.
Pero ahora es diferente, por que también se embarcaron en esa nueva modalidad
marquetinera y poco útil las manzanas.
Antes tomabas una manzana, la lavabas y te la
comías. Ahora no, las tareas se han complejizado, hay que lavarla, acordarse que
tiene una etiqueta, revisar la manzana minuciosamente y rodearla en su busqueda,
porque a veces parece que no están, pero están donde menos lo esperás. Por
último, pero no menos importante, tratar de sacar la susodicha etiquetita entera
o en la menor cantidad de pedazos posibles. La otra opción aunque un poco más
cruenta y trabajosa, es buscar un cuchillo y ajusticiar a la referida etiqueta.
Recién entonces, podés comer tu ansiada manzana. Eso, claro está, si es que
todavía tenés hambre.
Pero puede pasar algo aún peor: que te acuerdes de
la etiqueta sólo en el momento en que ese pedazo de papel, con más o menos
plástico, entintado y engomado, es por vos masticado. Esos son los momentos en
los que no solo recordás que había una etiqueta que debías quitar. Sino también
recordas con conceptos no del todo amables al fabricante, sus ascendientes,
descendientes y colaterales en varios grados.
La vida ya de por sí es difícil. Entonces ¿por qué
complicarla más?. Desde hoy empiezo desde aquí mi pequeño bastión, mi humilde
campaña: “por un mundo sin etiquetas”.
Besooo.
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