miércoles, 30 de noviembre de 2011

Por favor, no me lo digas...

Hay cosas que ignoro, que desconozco por ignorancia, desinformación, pereza de informarme o por mero desinterés. Pero hay cosas que elijo ignorar, son cosas en las que pongo especial cuidado de no enterarme ni interiorizarme, en no saber demasiado.
En estos casos lo poco es mucho o muchísimo. Comienza por pequeños cabos que se atan, esos cabos se convierten en hilos, esos hilos forman una trama y esa trama contiene información. Justamente esa información que queríamos seguir ignorando, esa información que nada ganamos con tener. Al contrario, a veces perdemos, y mucho.
La ignorancia selectiva a veces es beneficiosa. No solamente para echar mano de ella cuando se nos pregunta algo que no queremos responder, sino también para preservar la sanidad física y mental, propia y ajena. ¿De qué nos sirve saber de que está hecha la morcilla? Es rica y punto, no necesito saber nada más. Tampoco me interesa saber que tienen dentro los chinchulines o quien apaga la luz de la heladera o como está hecho esto o lo otro.
Porque aniquilar la magia, ese halo de misterio que encierra el contenido intrínseco de las cosas. ¿Por qué despejar esa incógnita que no me desvela, ni preocupa? Mi ignorancia sobre ciertos tópicos no va a hacer que el mundo se detenga, ni que el universo pierda el tan ansiado equilibrio. Mi ignorancia selectiva es tal vez, un ladrillo más en la pared.
Esta vana reflexión no es algo aislado, no es un pensamiento trasnochado como me decía Eloisa, mi profesora de historia. No, esta reflexión viene a cuento de lo que dijo “él”, nuestro portento pictórico, el secretario más famoso. El que no es blanco ni negro, sí, ese mismo, Moreno.
El sostiene sin hacer una mueca, ni una sonrisa, ni tan siquiera una risita nerviosa, en definitiva, sin que se le mueva un músculo, y sin ponerse colorado, que la canasta navideña sólo aumentó un 7 % desde el año pasado. Con $ 100 se va a poder hacer una buena cena navideña para cuatro personas.
Este anuncio hecho por el titular del INDEC, me lleva inevitablemente a una pregunta insoslayable. Entonces, ¿por qué no consumimos artículos de la canasta navideña todo el año? Esto tiene sólo ventajas, además de conservar el espíritu navideño todo el año, comeríamos mucho más barato, ¿o me equivoco?
Les doy algunos ejemplos que sirven de base a mi propuesta de “Canasta navideña todo el año”. La botella de sidra cuesta $ 3. De ahora en más no tomemos más soda, ni agua mineral, ni siquiera agua de la canilla, sale mucho más económica la sidra, ni pensarlo. El asado de novillito el lo consigue a $ 20. Olvídense de las milanesas de soja, de las de pollo, las de carne, de la carne picada, etc. y demás como diría la Hna. Victoria. De ahora en más consumamos el novillito de Moreno.
A mi se me ocurre algo brillante, no sé como lo tomarán ustedes ni que les parecerá. Vieron que siempre nos preguntamos ¿dónde comprará este hombre que consigue estos precios? Bueno, no nos lo preguntemos más, se me ocurrió una solución. Nos ponemos todos de acuerdo, le hacemos un pedido, que nos diga cuanto es. Le damos la plata, que él lo compre y nos lo traiga.
Que no nos diga donde lo compra ni consigue esos precios, prefiero ignorarlo, no me interesa, no es lo importante. Lo importante es que hay cosas que no deben saberse, y mucho menos escucharse…
Besooo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Aromas Ausentes

Sé que están, puedo ver lo que les dá origen, pero no los siento. Son como tímidos fantasmas: percibo que están ahí, pero no se hacen presentes. Algo no los deja llegar a mi, se interpone, los obstruye, los ahuyenta caprichosamente.
Eso me rebela, me exaspera y desespera. Lo intento una y otra vez, respiro, aspiro y nada. Otra vez su ausencia. Esa ausencia que me angustia y me entristece. Esa ausencia que me aísla y se distingue de otras presencias menos amables y deseadas.
Conozco la causa y el porque, pero no los acepto. La vida o el destino descargan sobre mi gran parte de su carga, de irónico humor negro. Quizás este siendo castigada por pecados cometidos en vidas pasadas, en la vida presente y en vidas futuras. Aunque tal vez sólo sea una devolución de favores de su parte.
Tal vez estoy recibiendo de más algo que debía dárseme de menos, tal vez esta sea su manera de poner cada cosa en su lugar, de mantener el perfecto equilibrio de las cosas. Tal vez esta sea la forma, no lo sé. Engriparme en noviembre… me parece un exceso.
Cuando por fin MetroGAS me devolvió el gas perdido, después de haber estado 400 días sin él. Experiencia que fue lo más parecido a estar en el infierno, pero en versión congelada. Me dije y le dije: “Vida nada te debo y nada me debes, ahora estamos en paz”.
Pero parece que ella no pensó lo mismo, no estuvo de acuerdo con mi saldo. La amortización no alcanzó, había que hacer un reajuste, la cuenta no estaba del todo saldada. Y no tardó en hacérmelo saber y en pasarme su factura. Y no es precisamente monotributista la vida, no, ella es una gran contribuyente.
La variable de ajuste que utilizó para empatar las cuentas fue esta maravillosa gripe a fines de noviembre, para hacerme sentir una ridícula cada vez que toso, cada vez que estornudo. Y no tuvo mejor idea que cobrarse en este momento, en el que tilos, jacarandás, jazmines y jazmincitos, están reventando de flores que estallan en aromas, y yo sin poder usar mi nariz para nada. Luchando con ella, y tratando de convencerla para al menos deje entrar un poco de aire.
La verdad, es que esta vez la vida o destino con su incomparable ironía se pasó por lo menos 10 km de la raya. Mu feo, como diría mi abuela Paca.
Besoo0.
Que tengan un muy buen fin de semana, y aprovechen ustedes que pueden los aromas que regala la primavera :-D

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Usurpadores de su noche

El sábado fuimos con mi consorte a Parque Chacabuco. Yo estaba feliz, llenando mis pulmones con el perfume de los tilos salpicado con el perfumito del Jacarandá. Era esa hora en la que el sol se retira hacia otro hemisferio y da paso a la nochecita perfumada.
Allí me encontraba perdida en mis pensamientos, estimulada por los perfumes que tan generosamente nos regala la primavera. De repente, fui traída a la realidad cruelmente sin ningún miramiento, por un desalmado pensamiento, que trajo consigo un espantoso recuerdo.
Inmediatamente un frío recorrió mi columna vertebral, el cielo se oscureció, una nube negra se posó sobre mi cabeza, y sentí como la tierra misma se abría bajo mis pies, dando paso a un abismo sin fondo. Miré a Dany con espanto y le dije: “Tenemos que ir al súper”.
“¿Un sábado a la noche?”, me dijo él. Y sí, no había más remedio, era perentorio, urgente, extremo. Debíamos hacerlo sí o si, las posibilidades eran esas. Las opciones estaban agotadas al igual que algunas de nuestras provisiones.
Detesto ir de compras en general e ir al súper en particular. Me pone de un pésimo humor cualquier día de la semana, y ni hablar de lo que produce en mi ánimo un sábado por la noche. Ese día y a esa hora es el acabóse, una mezcla de pandemónium y aquelarre.
En ese día,a esa hora, se dan cita ciertos compradores a los que me atrevería a calificar de domingueros, nosotros nos sentíamos como unos usurpadores. Los domingueros, son gente que contrariamente a lo que establece su calificación, sólo va al súper los sábados por la noche. Según un estudio por mi realizado, encuadran en este grupo varios subgrupos bien diferenciados y compuestos por: solos y solas casaderos, hombres divorciados (sin hijos o con hijos mayores), y chicas y/o chicos buscando vituallas para hacer la previa.
Los subgrupos pueden identificarse naturalmente, por el contenido de su changuito. Dime que llevas en tu chango y te diré a que subgrupo de los domingueros supermercadístico perteneces. A las solas y solos casaderos, compran únicamente productos Light, cremas y cosméticos en general. Ellos están “en campaña” deben cuidarse al extremo. El contenido de de los changos también puede ser útil para identificar a un compañero de grupo, y de ser de su agrado trabar amistad o tirarle directamente los perros. Todo depende de cuales sean sus hábitos de conquista.
Respecto de los recién divorciados, separados o en un impasse, su identificación es de lo más sencilla, casi cae de maduro quien es quien. Ellos son lo que llevan todo lo que no sea ni nutritivo ni saludable. Todo aquello que tenga demasiada azúcar, o demasiada sal o mucha, muchísima grasa. También llevan para apagar tanto fuego, alguna que otra bebida alcohólica, y varias gaseosas, ninguna Light, por supuesto. Lo de ellos es “darse un gustito ahora que están solos”, aunque más que un gustito es un suicidio en estado puro.
Las chicas y chicos de la previa son por demás obvios, llevan bebidas alcohólicas varias, muchas, muchas. También suele verse en estos changuitos un paquete de salchichas naturalmente chico, en su defecto, un paquetito de papitas, nunca ambos.
Cuando finalmente llegamos a la caja, teníamos delante una señorita perteneciente al subgrupo “sola casadera”. Daba toda la impresión, que la dama en cuestión, había caído rendida ante los encantos del cajero. Por lo que trato de llamar su atención, prolongando allí su estadía lo máximo posible.
Nada le importaba a la señorita en cuestión más que lograr su cometido. No se dió por aludida ni se dió por enterada de los bufidos y protestas de los clientes que estábamos detrás. Ella se dió su tiempo, tardó, y tardó todo lo que pudo. Es más, creo que hasta hizo un corazón en origami con el ticket que le dió el cajero. Y digo creo por que no lo ví con mis propios ojos. De lo que estoy segura, es que tuvo de sobra el tiempo para hacerlo.
Besooo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Un milagro pedagógico

No sé muy bien como sucedió. Tal vez se debió a que hace dos fines de semana tuvimos, en el colegio donde cursé mi secundario, la reunión anual de ex alumnos. Mi mente trajo recuerdos que no sabia que tenía. Como siempre, una cosa trajo a la otra, y la otra, al tema de hoy.
Cuando estaba en el secundario, en general me llevaba materias. Muchas. Mi mamá siempre estaba en la búsqueda de alguien que, tal vez mediante algún conjuro, arte de magia o vaya a saber como, pudiera introducir ciertos conocimientos en mí duro marote.
A decir verdad, nunca fui buena alumna. Era distraída, dispersa. En realidad, donde dice “era” debería decir “soy”. En aquellos días, y aun hoy, lo que me interesa me interesa, y lo que no, no existe, no lo registro. Mi cerebro lo ignora, no lo tiene en cuenta, lo repele, lo expulsa de su sustema como algo dañino. Lo peor es que yo no tengo injerencia en su decisión. Es algo ajeno a mi, no puedo evitarlo. Así ha sido siempre, es algo inmutable, un hecho inexorable de la vida, o por lo menos de la mía.
En una de esas quiméricas búsquedas desesperadas emprendidas por mi pobre progenitora, en las que pretendía encontrar a esa o ese docente magistral que obrara el milagro, fue que encontramos a Patricia, la nieta de una vecina. Según su abuela ella era un portento, una docente modelo, tenia muchísimos alumnos, y daba infinidad de materias.
Yo necesitaba con urgencia que alguien con muy buena voluntad y mucha, muchísima paciencia me explicara algunos puntos del programa de matemática, y algunos otros tantos del de contabilidad. La situación era urgente, desesperada, requería de medidas drásticas. Tenía que sacar una buena nota para no llevármelas. Aunque siendo realista, necesitaba nota para, al menos, llevármela dignamente a diciembre.
No había tiempo que perder, esa misma tarde fuimos a la casa de Patricia, averiguamos como era el sistema. El tiempo apremiaba, tenía que absorber, procesar y acomodar todo el conocimiento que pudiera en mi duro marulo. Así que sin más tramite, me quedé a tomar la clase. Ella creía que con dos horas sería suficiente para ponerme a tono. Una soñadora…
Lo que nuestra amable y diligente vecina, la señora de Cusati, omitió decir, fue que su nieta daba infinidad de materias, pero las daba todas juntas, al mismo tiempo. Así es, como lo están leyendo, no los engañan sus ojos. Patricia, una eficiente docente, diplomada en todo y titulada en nada. Mientras su mamá miraba la novela a todo volumen en el living, ella daba clases en la poco espaciosa cocina de su casa, a una innumerable cantidad de alumnos por turno.
Las materias impartidas eran: matemática, contabilidad, lengua y literatura, inglés, apoyo escolar de primaria, música. Se me escapa si daba alguna otra materia más. Tal vez, danza moderna y contemporánea. No lo sé con certeza, mis recuerdos de ese día son difusos, la confusión fue mucha.
Obviamente, de las dos horas que estuve allí, la preclara docente, no me dedicó ni cinco minutos. Como diría mi Tía Elsa: "Fue debut y despedida". La experiencia con Patricia no fue de las mejores, menos mal que su abuela tuvo el buen tino de no preguntar como me había ido. Por que yo no le hubiera mentido.
Es así, los arribistas, destitulados y osados, abundan en esta vida. Nos rodean, nos esperan a cada paso, agazapados, pacientes, esperando su momento adecuado. Para intentar repararlo todo, nuestra vida, electrodomésticos e intelecto. Con un conocimiento deficiente, un libro despanzurrado que les quedó del secundario, un destornillador plano, un philips y dos palitos de brochette.
Besooo.

martes, 15 de noviembre de 2011

Intercambio Negativo

 El no poder materializar un intercambio, el tratar de obtener un resultadosatisfactorio, o, al menos, un resultado. El intento unilateral por intercambiar información que se hace infructuoso. El consiguiente fracaso, por la reinante impermeabilidad al paso de información, que es necesaria, vital, fundamental para lograr el cometido.
Y la conjunción de esos factores trae aparejada una frustración inconmensurable, que duele y conduele. Lo que hace que inevitablemente, se produzca un dialogo en idiomas diferentes. Una suerte de torre de Babel, irrealizable por falta de entendimiento.
Chocar una y otra vez con el mismo o distintos obstáculos, que se agigantan, varían, cambian de forma, de densidad, de textura, de grosor hasta hacerse imposibles de traspasar. Hablamos, decimos, las palabras salen de nuestra boca, pero por alguna razón no llegan. Algo en medio bloquea, entorpece, obstruye, impide.
No llega lo que debería llegar, ni se recibe lo que debería recibirse. Todo queda trunco, incompleto, no se ha producido la magia, ni se ha obrado el milagro. El mensaje ha llegado corrupto y la respuesta es inválida. ¿Será eso?
Muchas veces me lo he preguntado, pero no lo sé. El punto es: ¿por qué cuando se hace una pregunta, clara, concisa, puntual, focalizada, se responde cualquier otra cosa menos lo que se preguntó?. La respuesta puede ser basta, pero alguna de las razones que a mi se me ocurren son estas: tal vez sea porque no se estaba atento, tal vea porque no se entendió la pregunta, o la entonación, tal vez porque se desconoce la respuesta, o tal vez porque se desconoce que decir o como decirlo.
De ser alguna de estas posibilidades ¿por qué no decirlo? ¿Por qué querer armar un castillo de naipes sobre un suelo de arena? ¿Por qué decir algo que lleva a terrenos poco firmes, en los que un movimiento en falso termina por sepultarnos? ¿Por qué dar una respuesta sospechosa que confirma nuestras suposiciones y despeja casi en su totalidad las dudas?
¿Por qué la errónea selección del error? ¿Por qué no optar, entonces,  por el sano, inocuo y valiente silencio, asumiendo los riesgos. Haciendo evidente que no se quiere dar esa respuesta por la que alguien espera y desespera.
El corolario sería: por más que vuelques todas las palabras del diccionario, no hay peor entendedor, que el que no te quiere entender.
Besooo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo que deba ser...¿será?

Como siempre digo, son más las cosas que ignoro que las que sé. Son más las cosas que no entiendo que las que entiendo. Puedo dar no uno sino infinitos ejemplos que sirven de basamento a mis afirmaciones.
Ayer a la regla de tres simple compuesta, a las divisiones por dos cifras, a cuando una palabra es esdrújula, grave o aguda, se sumó otra incógnita. Una que tal vez sea aun más difícil de develar que los enigmas que me siguen y persiguen desde mi infancia.
Hoy es 11 del 11 del 11, o lo que es lo mismo, es el día once del mes once, del año once. A las 11 de la mañana, algo va a pasar en el cerro Uritorco. No tengo muy claro que es lo que va a pasar específicamente, hay varias teorías al respecto. Tal vez la falta de claridad en la explicación, hizo aparecer a mi aburrimiento que distrajo a mi atención y no presté la debida atención.
En rigor de verdad, mi distracción se hizo presente cuando se mencionó que este hecho no iba a volver a producirse hasta dentro de 100 años. La imposibilidad de que en esta centuria se produzca otro 11/11/11, me dió que pensar, y pensé. Una cosa disparó a la otra, y sin saber como, termine navegando en medio de un mar de dudas e incertidumbre.
No quiero excusarme, pero esa reflexión sobre la centuria, y el milenio, hizo que perdiera la poco clara explicación que venía en medio. Es decir el contenido intrínseco, el porqué, el hecho medular de la reunión en el Cerro Uritorco. Eso se me escapó un poco. En realidad bastante.
Lo que saco en limpio de toda esta accidentada explicación es : hay teorías que dicen que ese día, al igual que en la película, se produce la venida del anticristo. Otras dicen que se debe a un anuncio que tiene que ver con el fin de una era, y que en ese momento se va a producir un cambio de energía.
Tal vez se anuncie el fin del mundo, o al menos el fin del mundo conocido por nosotros. En esta época individualísticamente tecnológica, hipercomunicadamente autista. En la que el fin del mundo se anuncia por lo menos 3 ó 4 veces al año, entre errores de cálculo, confusiones de mes, quizás esta sea la definitiva, o la vencida. En esto, nunca se sabe. Ojala se sigan equivocando, ¿no?
Igualmente esperemos que no sea nada, al menos por esta vez… después iremos viendo.
Besooo.
Que tengan un muy buen fin de semana. Y no se olviden que el Sábado es la noche de los Museos. :-D

jueves, 10 de noviembre de 2011

Netamente Terrenales

Suenan y resuenan orgullosos, impertinentes. No respetan ni conocen horarios, carecen del sentido de la oportunidad. Son impredecibles, por unos instantes se apoderan de nosotros haciendo que nuestro corazón se paralice. Nos asustan, nos alivian, nos sobresaltan y nos advierten.

En ocasiones, sus ecos estentóreos persisten por algunos segundos en nuestros oídos, encariñados. Permanecen inmutables hasta que se van como vinieron. Sorpresivamente y sin aviso previo. Hasta que sólo queda de ellos un disonante recuerdo.

Como siempre, desconozco el porqué. En general los temas que trato son especialmente seleccionados por mi atención, que capta a mi interés al igual que una serpiente, embelesándolo, inmovilizándolo hasta adueñarse completamente de él. Esta vez mi atención fue llamada, atraída, captada, por algo que quizás sea pasajero y estacional. Al menos eso es lo que espero, anhelo y deseo con todos mis tímpanos. Con nosotros, ”los portazos”.

Son meramente terrenales, con las puertas del cielo esto no pasa, al menos eso es lo que creo. Según un estudio por mi realizaado, la variedad de portazos es infinita, todos son muy diferentes. Tampoco tienen la misma intensidad, ni mensaje. Esta clasificación solo contiene unos pocos tipos, tal vez para mi los más significativos. 

Están los que podemos encuadrar como desinhibidos, estos se muestran al mundo tal como son, abiertos, provocativos. Otros son más tímidos y reprimidos, no alcanzan a dar su mensaje a viva voz, se quedan a medio camino dando una semblanza parcial. Muestran la parcialidad de lo que son y no la totalidad de lo que deberían ser.

Están los portazos aliviadores, esos que dás para calmar tu ira, para dar paz a tu alma, para mantener esa sanidad mental, y el equilibrio. Ese “paf” o “pum” disonante, que se dispara como un tiro al aire desde el alma. Ese sonido que aturde a los oídos y aclara el ser. Los accidentales, que se producen por esos soplidos traviesos de vientos de otoño o primavera, molestos con las puertas por interponerse en su camino.

Los que dan la alegre bienvenida a sus moradores, e informan a sus vecinos, a través de un estridente y secreto mensaje en idioma portazo, que dice: “Llegué, estoy sano y salvo, en la tranquilidad de mi hogar”. Y como contrapartida están los de la partida, esos que te despiden con una sonrisa que deviene en lagrimas portacísticas. Que te dicen “Cuídate y volvé pronto”.

Están los portazos nocturnos, que se potencian en el silencio y se hacen enormes, tétricos, terribles. Son esos que te sobresaltan arrancándote violentamente de tu sueño placentero y te mantienen en vilo. También están los problemas de cerradura y consecuentes portazos de mi vecina de al lado. Están también los amables, los amigables, esos que te devuelven la presencia del ser amado.

En fin, cada persona es un mundo y su portazo, no es la excepción.

Besooo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Como en un laberinto

Van y vienen sin un rumbo fijo. Andan y desandan un camino que ellos conocen, traman. Lo trazan a su gusto, según su conveniencia y siguiendo sus impulsos. Ante el ojo no entrenado pueden parecer desorientados o erráticos, pero ellos saben muy bien adónde van y por dónde.

Todo comienza con una vuelta, luego otra, es así como se produce una cadena interminable. Una sucesión ininterrumpida que vuelve a comenzar una y otra vez. Prolija y sistemáticamente. Esa es la consigna, así funcionan. Recorren varias veces el mismo punto, lo pasan y repasan, van, vienen.

Su acaracolado recorrido es como una norma pétrea, un hecho inexorable de la vida, una condición inmodificable. Son así, nada ni nadie va a cambiarlos, está en su naturaleza, grabado a fuego en su ADN.

Está integrado por personas de lo más diversas. No se los reconoce fácilmente, hay que estar atentos a sus señales. Conforman una sociedad que no es secreta. Están orgullosos de ser, de pertenecer, de formar parte, de ser un integrante integral de ese laberinto. Ellos son los vuelteros.

Esos seres adorables que parecen estar a punto de salir pero no. De repente se acuerdan que se olvidaron algo, que tenían que acordarse de no olvidarse de llevar. Entonces vuelven sobre sus pasos, buscan lo que tenían que buscar. De repente algo llama su atención, hacen una asociación libre, y surge aquel recuerdo de algo que tenían que hacer y no hicieron, y que los lleva a dar por lo menos dos o tres vueltas más.

Al final de las vueltas que dieron gracias a la asociación libre que los hizo recordar, recuerdan por que volvieron, entonces vuelven sobre sus pasos ya vueltos y revueltos. Buscan el objeto en cuestión y generador de las primeras cinco vueltas de manera infructuosa, entonces vuelven al punto de partida y nada, entonces presurosos retornan al punto de llegada y tampoco, finalmente lo encuentran en ese punto intermedio, ese punto por el que pasaron varias veces y no lo vieron, seguramente porque el susodicho objeto se escondió para hacerles pasar un mal rato.

Pero en el ínterín suena el teléfono, lo atienden, caminan, van, vienen, se distraen y se abstraen. Cuando por fin tienen el, en realidad. los objetos por los que volvieron. Y vos te alegrás porque creés. cándida y erróneamente, que esa era la última vuelta, la definitiva. Cuando por fin creías ver la salida del laberinto, te das cuenta que estás en un error. Porque es en ese preciso momento en el que ellos recuerdan que: o no tomaron la pastilla, o tienen que tomar agua, o no fueron al baño, o se olvidaron de llevar un abrigo, o de dejar un abrigo, o no encuentran las llaves, o …

Besooo.

martes, 1 de noviembre de 2011

Comunicadores Compulsivos

Ellos caminan entre nosotros por la vida. Nos acompañan por esos caminos intrincados y también por los sencillos. Son como son, se imponen y se exponen, así como así. Sin inhibiciones, al natural, siendo ellos, sin filtro, sin tapujos.

Le cuentan al mundo lo que el mundo no les preguntó. Lo que el mundo prefiere seguir ignorando. Aquello de lo que el mundo no quiere ni enterarse. A ellos eso no les interesa, son los mensajeros de este nuevo milenio. Su cometido es regalar y alagar los oídos de sus congéneres con su maravillosa e inigualable verba.

Van pregonando por esas calles lo que sus mentes les envían para que su boca lo distribuya por este silente planeta. Su verborragia estentórea todo difunde, ellos no guardan ni atesoran nada para sí. Es así como nos hacen partícipes de sus amores, odios, pasiones, y de los amores, odios y pasiones de otros que llegan a sus oídos.

Manejan y derraman todo tipo de información. No importa que sea cierta, presunta, irreal o inventada. Ellos son sus receptores, su canal aliviador, sus distribuidores con licencia. Lo suyo es un apostolado y lo respetan cueste lo que cueste, a rajatabla y sin apartarse un ápice del camino que les fuera fijado.

Será que ahora que tengo gas mi atención esta más enfocada en este mundo. Y por eso noto comportamientos que antes no notaba o a los que no les prestaba atención. O será que, últimamente, está proliferando una nueva generación de gente que habla literalmente a los gritos. No lo sé, aunque me gustaría saberlo.

No soy una persona que se asombre fácilmente del volumen vocístico de la gente. Yo no hablo precisamente en susurros, muy por el contrario. Pero esta gente utiliza unos tonos asombrosos. Por más que los quieras ignorar, enfocarte en algo, y no escucharlos, es imposible. Su tono trasciende cualquier pensamiento, auricular de mp3, escape de colectivos, bocinas, niños riéndose, sonido ambiente, ruido de tránsito en general.

A veces van durante cuadras, y cuadras detrás de vos, siguiéndote, persiguiéndote sin perderte pisada. Taladrándote los tímpanos con su perorata vacía, vana, poco interesante. Cuando estás al borde de perder tu sanidad mental, de colapsar, hacés lo imposible por apurarte, por perderlos de tu órbita auditiva, por ganarles.

Pero todo es inútil. Parecen el robot de Exterminador, se arman, se recomponen, retoman nuevos bríos, y siguen siguiéndote. Pareciera que intentantan exterminarte con su soporífera blableta.

Besooo.