jueves, 1 de diciembre de 2011

Juro que hay un conjuro

Cuando era chica, mi amiga Sandra Sosa me develó la existencia de una regla de oro para determinar si una sorpresa era buena o mala. Debía conocerse con certeza, de manera indubitable, a que grupo pertenecía la sorpresa en cuestión, a fin de echar mano al conjuro que eliminaría de raíz todo rastro de sorpresa mala.
La citada regla era de una seriedad incuestionable, además de infalible. Las señales eran claras, de lo más simples, y se anticipaban al suceso en cuestión. Esto tenía una profunda base científica basada en la observación y las experiencias recabadas del Universo que nos rodeaba, lo que le garantizaba su fiabilidad.
Y si eso no era suficiente, había referencias, sólidas e irrefutables, que servían de basamento. Generalmente se aludía a experiencias que había tenido a una chica que era prima de una amiga de otra que iba a 4 grado, la chica de referencia, había ignorado a conciencia a la regla determinadota de sorpresas y le fue mal en una prueba. Otro chico, que vivía en el mismo barrio que la abuela de una vecina, que ya no vivía más en nuestro barrio, no utilizó el conjuro para contrarrestar la mala sorpresa y repitió el grado.
Lo reconozco, las referencias eran un poco vagas, pero en ese momento de nuestras vidas, para nosotras, eran fuentes confiables y fidedignas.
Hechas las aclaraciones pertinentes, paso a develarles la regla de oro, que otrora me develó Sandra Sosa, para determinar a que grupo pertenecía la sorpresa. Es muy simple: “Si te late el ojo izquierdo la sorpresa será mala, y si te late el derecho la sorpresa será buena”. Así es de sencilla y de arbitraria al mismo tiempo. El conjuro para contrarrestar el latido del ojo izquierdo consiste en tocarte inmediatamente el ojo, sacarte la sorpresa mala, ponerla en la palma de tu mano, y soplar. La reversión es inmediata.
Así de simple, y así de complejo. Por que si te pasaba como en mi caso que confundía, y a veces confundo, bueno, siempre, la izquierda con la derecha. Estabas en verdaderos problemas, porque en lugar de hacer volar la sorpresa mala, hacías volar la buena.
Por suerte la regla del conjuro, contenía su excepción, que era: “Si vos creías que el ojo derecho era el izquierdo igual valía como sorpresa mala”. Entonces en lugar de un cataclismo irreparable la vida te recompensaba con algo bueno. Se ve que el yerro entre izquierda y derecha era bastante común entre el piberío.
Igual a mi las sorpresas a largo plazo mucho no me gustaban, por que siempre fuí, soy y seré ansiosa. No podía, puedo ni podré esperar a que se produzcan. Lo que más me gusta son las sorpresas que son sorpresa. Las instantáneas, espontáneas, las que son sorprendentes, esas que te hacen caer la mandíbula.
Y en lo posible que esas sorpresas que te hacen caer la mandíbula sean buenas, buenísimas o mejores. Y si no… echamos mano al conjuro, que para eso está ¿no?
Besooo.

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