miércoles, 11 de enero de 2012

Acción retardada

Comenzamos a celebrar su venida con mucha ansiedad, antelación. Con un simbolismo abarrotado e indubitable la aclamamos y proclamamos. Hay quienes la halagan, la tientan para que se quede por siempre entre nosotros, su deseo los ciega, no ven que eso es imposible.
No se dan cuenta que ella no podría quedarse entre nosotros aunque quisiera, porque es efímera. En ello radica su magia, esa magia que nos despierta sensaciones agradables, felices, casi infantiles. Provocando nuestro perpetuo deseo de tenerla por siempre, para siempre, cueste lo que cueste.
Hoy es 11 de enero, y todavía puede verse en las entradas de los edificios, comercios, restoranes, supermercado, casas y departamentos decoraciones navideñas. Yo me pregunto ¿hasta cuándo deben mantenerse esos maravillosos objetos, íconos de la feliz navidad y año nuevo que hemos pasado?
No digo que no lo entiendo, solo lo pregunto. Todos los años pasa lo mismo, juramos y perjuramos que al año siguiente no nos va a pasar. Prometemos e imploramos al cielo y al universo. Pero todo es inútil, la inminencia de las fiestas trae consigo una amnesia fulminante, y al año siguiente hacemos exactamente lo mismo.
Nuestra perdición comienza a fines de octubre, cuando todos los ex todo por dos pesos comienzan a tentarnos con sus bellas y emotivas ofertas navideñas. Que consisten en adornos, adornitos, boas, luces, lucecitas, estrellitas, moños varios. De los que ya tenemos suficiente, pero esos no nos bastan, queremos más.
Nuestro espíritu navideño y consumista está a tope. Contamos los días, las horas, los minutos esperando que sea el momento de armar el arbolito y colocar todos, todos, todos esos elementos que hemos adquirido. Generalmente el entusiasmo nos gana, y compramos más de lo que podemos colocar.
Pero ¿que importa? ¡Es navidad! Así que colocamos todo, todo, todo lo que compramos. Que es obviamente más, mucho más de lo que nuestro arbolito, paredes, puertas, cortinas y entradas soportaban. Lo bueno es que toda la familia colabora a colgar, colocar, armar, poner. Pero como dije, en esos momentos de alegría nada importa, nuestro entusiasmo, optimismo y espíritu festivo está a tope y no se piensa en el después.
Aunque deberíamos haberlo hecho, por que “el después” es amargo y sobre todo solitario. Los adornos bellos, coloridos, llamativos, esos que amaste cuando los compraste, están cubiertos de polvo, y con alguna que otra araña o arañita que hizo un nido o nidito en ese bello lugar.
A la familia entusiasta que antes colaboró en el armado, colocación y demás, se le ha ido el entusiasmo festivo. Y sin entusiasmo y con calor ni cuentes con que te vayan a ayudar a desarmar ese engendro y mucho menos a catalogarlo y guardarlo en cajas.
Y ahí estás vos, sola o solo, sin el espíritu festivo y con calor, mucho calor, frente a ese engendro festivo. Lo mirás una y otra vez y te preguntas desorientada, casi con desesperación “¿Por dónde empiezo?”. Entonces algo que distrae, requiere tu presencia y te releva del desarme. Es en esos momentos en que te sentís útil, requerida/o y agradecés al cielo porque así sea. Y lo vas postergando, y postergando, y postergando.
Cuando querés acordar es agosto, o septiembre. Entonces te preguntás “¿Para que lo voy a sacar? Si después de todo dentro de dos meses lo voy a tener que poner de nuevo.” Está muy bien, has sido una de las tantas personas que ha cumplido con la premisa navideña.
No solamente has mantenido en tu corazón su espíritu, sino también en tu living, en tu balcón, en tu pallier… Y también en tu PC. Con ese monono wallpaper que pusiste a fines de noviembre.
Besooo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario