martes, 28 de febrero de 2012

En boca del mentiroso…

 

Mentir es un mal arte, pero un arte al fin. Para mentir hay que tener talento. El talento es un don, una extraña alquimia que definiría como: una suerte, de suerte que te toque, combinado con facilidad para algo y habilidad para reconocer ese algo. Esto nos es ajeno y propio a la vez,  nos pertenece pero no es de nuestra propiedad.

No lo ganamos con trabajo o mérito, nos tocó en el reparto de fábrica. Se nos dio al igual que la nariz, el color de ojos o la altura, tal vez para mantener el equilibrio. Lamentablemente si hay algo en esta vida para lo que soy hábil, es para mentir.

No soy una mitómana, detesto la mentira por más que sea blanca, piadosa o pequeña. Esta habilidad que me vino de fábrica, solo la utilizo con fines lúdicos y sano esparcimiento. Para hacer alguna que otra bromilla. Por ejemplo cada año, cada 28 de diciembre, día de los Santos inocentes, mi madre es uno de mis blancos.

El secreto es crear un clima, todo tiene que encajar, no puede haber cabos sueltos. En cierta manera se tiene que estar convencido para convencer, y sobre todo estar seguro de lo que se va a decir. Lo importante es tener un total control, que no se mueva un solo músculo, ni cambie la inflexión de la voz. Es ahí es donde entra en juego el don, habilidad o como se lo quiera denominar. Es él quien nos sostiene para sostener nuestra “puesta en escena”.

Hay varios errores en los que se cae cuando se quiere mentir. Uno muy común es reírse cuando se dice la mentira. Y lo peor, aun, es tratar de ocultar esa risita que se va convirtiendo progresivamente en una risa casi incontrolable. Como hace mi papá cuando me quiere devolver la broma. Por eso siempre lo descubro.

Otro error es decir una mentira y que todo nuestro alrededor diga lo contrario a viva voz, casi a los gritos. Eso es demoledor, insostenible, eso echa por tierra toda esa bella y prolija escena que hemos construido a través de la “fantasía y la inexactitud”. Todo el argumento que planteamos cae ante lo que nos rodea. Es en esos momentos en los que el telón cae, es escenario queda al descubierto y se ve la realidad.

Se ven las cosas como son, se ve que las puertas no son puertas, las ventanas no son ventanas, y los muros no son muros sino solo cartón pintado. Muy bien pintado, con sus luces y sus sombras, pero cartón pintado al fin.

Eso es lo que le pasó a The Economist, una prestigiosa revista reconocida en el mundo de la economía y las finanzas. En la referida revista se recomienda que no se tomen como ciertos los datos del INDEC.

The Economist lamenta el “proceso de degradación” que sufrió este instituto. En la búsqueda por sostener la labor de la presidente. La nota dice que el INDEC “fue uno de los mejores institutos de estadísticas de América Latina”

No faltarán las voces que digan que The Economist es una revista de origen Británico. Que emprendió una campaña de desacreditación contra el gobierno Argentino por su reclamo por Malvinas. Tal vez puede ser… aunque todos sabemos cual es la verdad.

Todos vamos al supermercado, no al que va Moreno, sino a otro. Todos sabemos cuanto rendían $ 100.- hace seis meses, hace un año, o hace dos y cuanto rinden ahora.

Son los mismos $100.- el mismo billete, el mismo color y tamaño que antaño, pero, rinde menos. ¿Por qué será? No lo sé, yo me doy cuenta de eso , vos te das cuenta de eso, The Economist se da cuenta de eso . Pero ellos no se dan cuenta de eso, y eso es por que el INDEC les dice otra cosa.

Quizás el INDEC no haya venido con ese talento de fábrica para decir mentiras por eso se hacen evidentes. O quizás lo haya utilizando tanto y mal, que se cumple lo que decía mi Tía Vina: “En boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso”.

ferro

Besooo.

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