jueves, 19 de abril de 2012

Cinéticamente

Todo en ella es un contrasentido. Da marchas y contramarchas. Cada movimiento se corresponde con uno contrario. Ella sólo se inquieta y me inquieta. Se mueve y remueve, busca y rebusca, acomoda y desacomoda.

Luego mira y no ve. Entonces vuelve a ver para no mirar. No ve porque no mira, y no mira porque lo único que importa es la acción. La acción es lo único que encuadra en su vida, lo que le interesa. Ella ignora la reacción porque es una consecuencia no querida de lo por ella querido.

Nada le interesa más que el movimiento en sí mismo, sin porqués, ni paraqués. Recorre kilómetros, va y viene varias veces, pero no avanza, ni recorre un solo milímetro. Es como si su vida dependiera del movimiento y el movimiento de su vida. Nada más importa, nada más tiene sentido.

Me cuesta permanecer en la misma posición por más de dos minutos. Aunque a veces me obligo a hacerlo, pero es inútil, mi genio me puede y me derrota una y otra vez. Reconozco y asumo que soy una persona inquieta.

Hasta ayer creía que yo era la persona más inquieta que conocía. Pero fui tristemente desbancada, hay alguien peor que yo. Viajé sentada a su lado como una media hora en un colectivo repleto.

Quizás encontrarme con ella fue como toparme con la horma de mi zapato, o beber de mi propia medicina. Fue alguien que logró asombrarme y admirarme.

La experiencia es inenarrable, fue como estar sentada al lado de un hormiguero, circundado por cantidades industriales de azúcar. Su actividad era infinita, inconmensurable e indescriptible.

En la media hora que pasé a su lado no dejó de moverse una sola fracción de segundo. Ella buscaba para hacer todo tipo de actividades. Miraba por la ventanilla, luego consultaba la hora, después miraba dentro de su cartera.

Después que había mirado dentro de ella, iniciaba una búsqueda frenética en una bolsita que llevaba. Cuando finalizaba la requisa de la bolsita volvía nuevamente a buscar en su cartera. Después de un rato acomodaba todo y miraba por la ventanilla como tratando de buscar una dirección.

Eso lo repitió varias veces. Lástima que cada vez que lo hacia, la gente se arremolinaba a mi lado, creyendo errónea e ilusamente, que la señora iba a bajarse.

Y no, para nada, estaba muy cómoda donde estaba, o al menos, eso fue lo que intentó hacer durante esa gloriosa media hora. En fin, el verla me hizo verme, inquieta ella, inquieta yo, parecíamos dos esculturas cinéticas en diacronía.

En fin, se hace lo que se puede, y lo que no se compra hecho…

Besooo.

ferro

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