Suenan y resuenan orgullosos, impertinentes. No
respetan ni conocen horarios, carecen del sentido de la oportunidad. Son
impredecibles, por unos instantes se apoderan de nosotros haciendo que nuestro
corazón se paralice. Nos asustan, nos alivian, nos sobresaltan y nos advierten.
En ocasiones, sus ecos estentóreos persisten por
algunos segundos en nuestros oídos, encariñados. Permanecen inmutables hasta que
se van como vinieron. Sorpresivamente y sin aviso previo. Hasta que sólo queda
de ellos un disonante recuerdo.
Como siempre, desconozco el porqué. En general los
temas que trato son especialmente seleccionados por mi atención, que capta a mi
interés al igual que una serpiente, embelesándolo, inmovilizándolo hasta
adueñarse completamente de él. Esta vez mi atención fue llamada, atraída,
captada, por algo que quizás sea pasajero y estacional. Al menos eso es lo que
espero, anhelo y deseo con todos mis tímpanos. Con nosotros, ”los
portazos”.
Son meramente terrenales, con las puertas del
cielo esto no pasa, al menos eso es lo que creo. Según un estudio por mi
realizaado, la variedad de portazos es infinita, todos son muy
diferentes. Tampoco tienen la misma intensidad, ni mensaje. Esta clasificación
solo contiene unos pocos tipos, tal vez para mi los más significativos.
Están
los que podemos encuadrar como desinhibidos, estos se muestran al mundo tal como
son, abiertos, provocativos. Otros son más tímidos y reprimidos, no alcanzan a
dar su mensaje a viva voz, se quedan a medio camino dando una semblanza parcial.
Muestran la parcialidad de lo que son y no la totalidad de lo que deberían
ser.
Están los portazos aliviadores, esos que dás para
calmar tu ira, para dar paz a tu alma, para mantener esa sanidad mental, y el
equilibrio. Ese “paf” o “pum” disonante, que se dispara como un tiro al aire
desde el alma. Ese sonido que aturde a los oídos y aclara el ser. Los
accidentales, que se producen por esos soplidos traviesos de vientos de otoño o
primavera, molestos con las puertas por interponerse en su camino.
Los que dan la alegre bienvenida a sus moradores,
e informan a sus vecinos, a través de un estridente y secreto mensaje en idioma
portazo, que dice: “Llegué, estoy sano y salvo, en la tranquilidad de mi hogar”.
Y como contrapartida están los de la partida, esos que te despiden con una
sonrisa que deviene en lagrimas portacísticas. Que te dicen “Cuídate y volvé
pronto”.
Están los portazos nocturnos, que se potencian en
el silencio y se hacen enormes, tétricos, terribles. Son esos que te sobresaltan
arrancándote violentamente de tu sueño placentero y te mantienen en vilo.
También están los problemas de cerradura y consecuentes portazos de mi vecina de
al lado. Están también los amables, los amigables, esos que te devuelven la
presencia del ser amado.
En fin, cada persona es un mundo y su portazo, no
es la excepción.
Besooo.
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