Cuando todo queda en intento y no se avanza.
Cuando el entorno no contribuye. Cuando alguien persevera en el error, en el
fracaso, y no se enmienda ni lo asume. Cuando se piensa que esa situación va
perpetuarse en nuestras vidas, se buscan a veces sin éxito las fuerzas para
soportarla, porque ella va a ser la habitualidad, la permanencia por el no
hacer.
Es en esos momentos en que debe tenerse el
suficiente temple como para decir basta con toda el alma. Tomar otro rumbo, otra
dirección que alivie, y que en la medida de lo posible repare lo que se ha
dañado.
Es cuando los malos días quedan atrás, muy atrás,
poco a poco las heridas se curan y quedan como pequeñas cicatrices de batallas
libradas. Antes o después, todo se olvida y queda en custodia del pasado.
Custodio celoso si los hay, que a nada deja volver.
Vino con la primavera, que se instaló, a
diferencia de él, perezosa entre nosotros. Es la contracara de la cara adusta,
es el lado bueno de la moneda, el ejemplo positivo de la fábula, el que repara
nuestras ilusiones aniquiladas. Es el opuesto, el positivo de Hugo nuestro ex
gasista. Él es, ante todo, nuestro nuevo, eficiente y capaz Gasista, Ricardo.
Él es el que nos devolverá la esperanza, la
confianza en los gasistas a través de un sólo, único y humilde acto:
“rehabilitando la conexión del gas”. El que hemos perdido hace ya trece meses.
Todo a consecuencia de esa vecina que llamó a
MetroGAS, que en una fría noche de invierno, vino, vió y cortó sin el menor
miramiento, ni piedad alguna. La misma que tiene nombre de flor… No, de esa flor
no, Margarita se llama. La que tiene mucho tiempo libre y poca imaginación. La
misma, que tenía la pérdida que originó el olor a gas, que sólo ella sentía, y
el consiguiente corte.
Nuestro anterior gasista conservó invicta su
marca. Tres inspecciones hechas por MetroGas y tres rebotes. No lo discuto, el
señor es todo un portento, y por demás coherente, desaprobó todas las
inspecciones. Después de su partida, vino su antítesis, su álter ego, Ricardo.
El que llega cuando dice y a la hora que dice, el que trabaja sábado o feriado,
con sol o con lluvia pero con buena cara.
Y no es que escoba nueva barre bien. Hugo jamás
barrió bien, muy por el contrario. A los 45 minutos de comenzar con sus tareas
restauradoras de gas, inexplicablemente y ante los ojos atónitos de mi consorte,
perforó un caño de agua que nos dejó dos días sin el vital elemento.
Esta vez sí que siento en mis vísceras el triunfo,
la consecución de la meta, el restablecimiento de ese gaseoso elemento. Lamento
que no haya llegado antes a nuestras vidas, pero, de todo se aprende, y todo lo
que vivimos nos hace ser como y quienes somos.
En fin, lo único que esperamos es que Ricardo
termine de arreglar todos y cada uno de los terribles desastres que hizo el
enviado del innombrable, Hugo, Y que ese maravilloso combustible vuelva a correr
libre por nuestros caños.
Besooo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario