lunes, 4 de julio de 2011

Sólo la parte pertinente

A veces no entendemos bien, otras no se nos explica bien, otras queremos entender sólo lo que queremos. Entonces sólo escuchamos lo que queremos escuchar, o lo que subjetivamente queremos que nos digan, y nada más que eso.

Es entonces cuando se ponen en marcha una serie de mecanismos que son vitales para lograr nuestro cometido. Es cuando parte la orden a nuestro cerebro para que opere como una compuerta, conformando una unidad, que consta de él y nosotros, constituyendo un todo impenetrable contra la “parte no pertinente”.

El sentido del oído y tal vez el de la vista, se clausuran, se dejan en suspenso hasta nuevo aviso, ese nuevo aviso solo operará en el momento preciso, en ese efímero instante en el que se dice lo que se quiere oír, o al menos en el que parece o se interpreta que se dice lo que queremos oír.

Para ello cualquier elemento es útil, una entonación, una palabra, una pausa, una respiración, un silencio, una mirada, todo es válido. Lo verdaderamente necesario es ese resquicio, ese espacio por donde se pueda filtrar la duda, la ambigüedad, la interpretación velada.

Solo basta una mínima grieta o fisura, esa pequeña punta, ese nexo causal que nos permita asirnos de la soga que unirá y conectará firmemente lo que se dijo con lo que escuchamos. Algo que nos transporte a la realidad paralela en la que vivimos, en ese lugar donde escuchamos lo que creemos escuchar y no lo que realmente se dice.

Esa realidad en la que vivimos, creemos, y mostramos a los demás como una verdad absoluta. Esa ficción que enarbolamos aliándonos con nuestro cerebro.

El mantenerla no es tarea fácil. Tenemos que trabajar arduamente, sin descanso. Es como querer colocar un círculo en el espacio delimitado para un cuadrado. Con esmero vamos puliendo las aristas, o lo que es lo mismo, vamos retorciendo, manipulando y enmascarando todo lo que no concuerda con aquello que “es pertinente”. Nada tiene que desentonar en nuestra realidad, eso es vital para su permanencia y persistencia.

Tal vez esto arroje cierto manto de duda sobre el refrán “a buen entendedor pocas palabras”. Porque lo que aquí no se explica, o no queda claro es: que tan buen entendedor es el entendedor, si las pocas palabra que entendió son las que quisimos decir, o en realidad fueron las que él entendió o las él que quiso entender.

Quizá todo se deba a la libertad de pensamiento y la selección de lo que queremos o no escuchar obedece a que somos librepensadores. Quien lo sabe, después de todo somos seres únicos. Claro, todo sería más fácil si viniéramos con un manual. Pero no. En fin, caprichos de la naturaleza.

Besooo.

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